Lola García. Abogada, co fundadora de COCEMFE Cáceres |
Esa pasión es la que le ha dado una fuerza extraordinaria, la que la llevaba a “bajar a culetazos” una escalera; a “subir doce escalones con una bombona, aplicando la ley de la palanca”; a salir del pueblo y ser la primera mujer discapacitada en la Facultad de Derecho; a provocar “el milagro” de que un grupo de personas pudiera, con sus sillas de ruedas, ir a la playa por primera vez; a poner en marcha la Federación de Asociaciones de Discapacitados Físicos y Orgánicos de Cáceres (COCEMFE); a hacer que cuando vas a su casa olvides que va en silla de rueda y esperes que te ceda el paso, te abra las puertas y te tienda el corazón si se lo pides, y si te lo mereces. Esa es parte de la personalidad de Lola: fuerte, generosa y exigente, muy exigente con ella y con los demás.
“Odio la pena”
No evita hablar de su pasado, de reconocer sus dificultades, pero no se regodea en ellas, sino que, como si saltara en un charco, nos salpica de la lucha “tan hermosa” que tuvo que mantener. “Éramos seis hermanos; había estudios para todos, menos para mí. Nadie se planteó que yo pudiera. Las expresiones preferidas eran 'qué lástima, pobrecita', y yo odiaba esa pena porque yo me sentía llena de vida y de sueños y solo pensaba en que quería vivir intensamente”.Así que no es difícil imaginar sus siguientes pasos: escuchó de la existencia de unas becas de estudios para gente con discapacidad y allá se fue, a Cáceres, dejando atrás, por el momento, Villanueva de la Sierra, en Sierra de Gata. “Comencé a valerme por mí misma, a ir a clase, a trabajar, a ir de fiesta, a salir de viaje… ¡y lo podía hacer yo sola! La vida era tan hermosa como siempre la había imaginado; es hermosa a pesar de todo y solo depende de uno mismo que vaya a mejor”.
COCEMFE
Nos dice que este proyecto lo tenía en su cabeza antes de nacer, y no lo dudamos ni un solo instante por cómo habla de él, con la misma pasión que habla de la vida, y es que, a través de COCEMFE, llegó a descubrir la vida a gente que no se consideraba merecedora de ella. “¿Por qué vas a ser tú más importante que yo y merecer más cosas que yo porque tú estés de pie y yo sentada? ¿Eh? ¿Por qué?”. Ésta bien pudo ser la primera lección que trasladase a hombres y mujeres.“Trabajábamos para que la gente creyera en sus posibilidades, porque las capacidades las tenemos dentro de nosotros mismos, el triunfo lo tenemos en nuestra cabeza”. Así fue desarrollando, junto a otras personas que recuerda con cariño, como a Juan Rosco Madruga, un espacio repleto de proyectos, pero sobre todo “de vida y de libertad, porque –nos dice- allí establecíamos los primeros mecanismos, pero luego insistíamos: ‘si queréis libertad tenéis que salir a buscarla’; queríamos que aquello fuera un revulsivo para que la gente se buscara la vida”.
Mezcla de enorme orgullo y cierta nostalgia es la que percibimos en su tono de voz. Pero, sin duda, lo fueron consiguiendo, se fueron descartando frases como “¡pobrecito de mí!” y se iban sustituyendo por una que Lola recuerda a menudo, porque era ella quien la pronunciaba cuando aún vivía en la casa familiar del pueblo, tutelada y cuidada y dirigida por los que la rodeaban, “yo solo pensaba: ‘yo salgo de aquí, no sé cómo pero voy a salir de aquí’, y era porque creía en mí, en mis capacidades, en la vida que sentía que tenía”.
Un trío “difícil”: Discapacidad - Mundo rural - Mujer.
Tres circunstancias se daban en Lola, tres circunstancias que unidas, en un momento de su vida, se elevaban como un muro infranqueable. “Por un lado –nos explica- la mentalidad que podía tener mi familia, en una época determinada, en un pueblecito pequeño, donde lo que se quería, con todo el amor del mundo y sin pensar más allá, era cuidarme y mantenerme limpia y bien alimentada; por otro lado, la discapacidad que llevaba a pensar que detrás de ella no había un ser humano, una vida, y, por último, el hecho de ser mujer que acarreaba una serie de estereotipos que llevaban a pensar que una mujer en una silla de ruedas no podía ser bella, inteligente, fuerte… o, como en alguna ocasión, se dejaba caer: ‘nunca podrás tener marido, ningún hombre querrá darte un beso’”, ríe y dirige la mirada hacia la puerta por donde hace un instante ha salido Martín, su marido.“¡Qué demonios! –se revuelve orgullosa- yo era linda, guapa, estilosa y con una capacidad mental que no podía permitirme cargar con todo eso”. Y así, dice, son muchas mujeres. Es en este momento cuando deja de lado la discapacidad y se centra en el género, en la situación de la mujer. “Hay que empezar por tu propio terreno, en tu casa, nadie debe dejarse dominar, nadie es dueño de nadie ni tiene que depender de nadie, si no dependo yo en estas circunstancias, no debe depender ninguna mujer”. Cree Lola que se ha avanzado en este sentido, aunque reconoce que queda mucha batalla y tiene que partir, sobre todo, de la mujer, de la educación en igualdad, de la cultura. Recuerda la tabla de salvación que tuvo durante sus quince primeros años de vida en el pueblo: “Me aferré a la lectura, quería saber, quería conocer lo que no podía; la impotencia y soledad que sentía entonces la llené de mundos, de cultura y eso, sin duda, me salvó”.
Se mueve, o se revuelve en la silla, porque en Lola parece que se revuelve su pensamiento, su corazón y su cuerpo entero cuando hay algo que la inquieta. “Tenemos que darnos cuenta de que a las mujeres nos queda mucho por hacer. A veces percibo cierta apatía, como si ya estuviera todo hecho y no, no lo está. Tenemos que tener fe en nosotras, ser plenamente conscientes de que nadie es más que nosotras, ser firmes y al primer síntoma de pérdida de respeto por parte de alguien, enfrentarse a él, denunciar y decir ‘hasta aquí’. A Lola se la entiende perfectamente y si tuviéramos que resumir estas dos horas que hemos pasado con ella, podríamos decir que “el que no pelea ese sí que está herido de muerte, ese sí que sufre de una discapacidad”.
Es hora de marchar, pero antes nos muestra su casa, se compromete a invitarnos a comer un día, “porque soy muy buena cocinera” y nos enseña una nevera repleta de imanes de muy distintos puntos del mundo. “Quién iba a pensar que Lola, la niña de la silla de ruedas, iba a viajar, a ver, a conocer y a vivir tantas cosas”. Sin duda, ella, Lola, sí lo pensaba y así lo hizo.
Este año, con motivo del 8 de marzo, desde Diputación de Cáceres nos hemos propuesto retratar a las mujeres de esta provincia de una forma real y cercana. Mujeres valientes, que son ejemplo y reflejo de la heterogeneidad de la mujer de hoy y de cómo desde ámbitos muy diferentes se puede y debe trabajar por la igualdad real. Cada día, entre el 1 y 7 de marzo ambos inclusive, conoceremos el testimonio de una de esas mujere. PUEDES LEERLOS EN ESTE ENLACE.
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